
La jornada empezó con la esperadísima Melancholia, acercamiento a Lars Von Trier a la ciencia ficción intimista. Sin ser uno de sus mejores trabajos, desde luego es un título con un poder visual e interpretativo de enorme magnitud, desde su alucinante prólogo, un dramatis personae a ritmo de Wagner que dibuja fragmentos que veremos del film. Está dividido en dos partes bien diferenciadas, una primera en la cual el personaje de una espléndida Kirsten Dunst parece «proyectar» al espacio exterior la sombra de su propia depresión en forma del planeta que da título a la película y que se acercará de forma inevitable a la Tierra, y una segunda en la que el protagonismo pasa a su hermana -Charlotte Gainsburg- y su forma de enfrentarse al fin de los tiempos.
Twist es la enésima demostración de que la carrera de Francis Ford Coppola lleva ya bastante tiempo dando tumbos como si hubiera perdido cualquier interés en los proyectos que dirige. Esta pequeña bobada cuenta la historia de un escritor interpretado por Val Kilmer -tan en baja forma como el director- que llega a un pequeño pueblo en el cual se ha cometido el asesinato de una joven y comenzará a sufrir extrañas visiones en torno al crimen donde se le aparecerá el mismísimo Edgar Allan Poe. Intenta mezclar terror y humor con pésimo resultado.
El cine oriental en Sitges sigue teniendo carta blanca para presentar en el Festival películas de todo tipo, no necesariamente fantásticas. Un nuevo -y bastante afortunado- caso resultó ser Revenge: A Love Story, de Wing Chin Po, cuento de venganza muy violento y con un final moral y efectivo, protagonizada por la estrella del pop hongokonés Juno Mak.
Mirages, de Talah Sehlami, es una curiosa co-producción francomarroquí en la cual un grupo de aspirantes a un puesto de trabajo por accidente quedan aislados en el desierto, y pronto empiezan s sospechar que forma parte de la agresiva manera de contratación de la empresa. En una lucha por la supervivencia que cada vez se irá complicando más y más, empezarán a sufrir extrañas visiones mientras intentan escapar del desierto, un poco en la onda de la serie Perdidos. Empieza enganchando y con mucho interés, pero no tarda en diluirse, repetirse, y finalmente cansando.
Maratón nocturna centrada en la ciencia ficción: Beyond the Black Rainbow, de Panos Cosmatos, es una experiencia tran atractiva en el aspecto visual y musical, como frustrante en lo narrativo. En un 1983 alternativo un científico trabaja en un proyecto que busca la consecución de la felicidad artificial, experimentando con ello con su joven prisionera, Helena. Captura las sensaciones que busca a la hora de construir esos «años 80 del otro universo», y es una película que sin dudarlo pondría de fondo si poseyera un local nocturno. Pero, un poco en la onda de Red Nights el pasado año, la historia está narrada de forma apabullantemente lenta y farragosa, y en este caso acompañada de un final tan ridículo que provocó las risas generales en la sala.
Mejor resultó, en líneas generales, Love, de William Banks, una de las «hijas de Moon«. Un astronauta no puede aterrizar en la Tierra debido a una misteriosa catástrofe que ha sucedido y se ve obligado a flotar en la órbita terrestre durante años. Intentará mantener su cordura a flote a pesar de encontrarse con misterios a su alrededor como la aparición de un diario de un soldado de la Guerra de Secesión en la nave. Tiene uno de los finales más bien estructurados (de aquellos de «todo cobra sentido») de los que he visto en todo el Festival, y se beneficia de una banda sonora sensacional compuesta por Angels & Airwaves.
Con mismos pocos (muy pocos) medios, pero con nefestos resultados, Pat Tremblay presentó la tediosa Hellacious Acres, que en teoría trata sobre un soldado que despierta de su criogenización en un futuro post-apocalíptico, pero con el look de película de colegas rodada entre fines de semana. Terrible.
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